Comandante Pablo
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E-Books - PDF COMANDANTE PABLO "Mira al hombre fuerte que desea la inmortalidad: El sueño, como un viento furioso, lo ha envuelto". De la Epopeya de Gilgamesh el inmortal Cuando era adolescente, solía leer una historieta sobre las aventuras del Rey Gilgamesh, el mítico guerrero inmortal. Monarca de orillas del Éufrates, hijo de una Diosa y un mortal. Historia escrita por Sumerios y Babilonios, relato épico de una epopeya de hace cinco mil años, cuando los dioses crearon a los hombres, decretando que estaban destinados a morir, y conservando ellos la inmortalidad en sus manos. Sus aventuras y desventuras en la búsqueda de inmortalidad, que yo juzgaba en aquel momento, el deseo más grande que pudiese anhelar un hombre, pues, ¿que sería mejor que nunca morir? Yo compartía en mi juvenil inocencia el sentimiento de lograr inmortalidad…. Aún recuerdo esas siestas de verano, leyendo las historietas de “El Tony” y las hazañas asombrosas de sus cómics, cuando Gilgamesh, junto a su amigo Enkidu, habían entrado al “Bosque de Cedros” morada de los Dioses, venciendo al gigante guardián, cuyos bramidos hacían temblar a las montañas. Solo mucho tiempo después, comencé a comprender el significado trágico de “inmortalidad”, el dolor de ver envejecer y morir a personas amadas, una tras otra, generación tras generación, Gilgamesh era un espectador de cada ciclo de vida, que lo llevaría por quitar todo sentido a su propia existencia. Nada que amase perduraría, más tarde o temprano, acabaría siempre en la soledad absoluta. Pero, esto que relato, (el recuerdo de los infortunios del Rey Asirio), lo hago a propósito de una conversación, extraña por cierto, en un lugar aún más particular. Sucedió en una pequeña celda de una Alcaidía, a la espera de trámites del fuero penal, que ambos aguardábamos. Mi interlocutor era un hombre mayor, delgado, de pequeña contextura. Su locuacidad, resultaba difícil de soportar. Hablaba sin cesar, estando ambos encerrados en esa pequeña jaulita y yo, que por cortesía o temor, no podía pedirle se callase…. Pasaban las horas y el hombre relataba, historia tras historia, sin detenerse, todas fantásticas, a mí, un obligado oyente que íntimamente rogaba solo silencio. Yo deseaba solo un instante de paz, pensar en mis propios problemas, que de un momento a otro, debía enfrentar. Cerré mis ojos, luego de su persistencia de seguir hablando, miré abajo y, finalmente giré sobre mí mismo, descortésmente, dándole mi espalda. Pero nada de esto resultó. El hombre continuaba su monologo interminable. Luego, recordé algo que había aprendido…la no resistencia. Probaría escuchar con atención en la medida de mis posibilidades y, comenzaría a confrontar sus dichos con la realidad, eso siempre que mi conocimiento e información sobre lo que el relatase me lo permitiera. Me senté en el rustico banco de cemento, lo miré a los ojos y me dispuse a escuchar su relato…

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