Cronicas de la Tumba
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CRONICAS TUMBERAS PROLOGO Diré que nací en un pequeñito pueblo de una pequeña provincia de un gran País de América del Sur. Donde, creo recordar, todo era casi perfecto. En medio de una vasta llanura, mi lugar estaba repleto de hermosos árboles. Viejos plátanos y grandes álamos carolinos. Solo yo, una cosa lamentaba; estar tan lejos del mar... Sin embargo, en muchas noches en aquella casa de aquel pueblo y, a falta del distante gemido de las olas en el rompiente, la cálida y nocturna brisa de verano, me regalaba, como compensación, el suave rumor de las hojas de aquellos grandes árboles mecidos por el viento. Nuestros primeros recuerdos, en general, están referidos a los lugares de la niñez y, como digo, ligados a emociones que el tiempo a beatificado, (beatus, feliz + facere, hacer), es decir, el tiempo y la memoria hacen a muchos recuerdos respetables, venerables, bienaventurados o felices. En mi caso, mis recuerdos de entonces, lo son. Con el tiempo, dejé a mi pueblo; Comencé una vida lejos, conocí el amor, que conservo, intacto, en mi corazón. Y con los años, aprendí a entender profundamente la diferencia entre la historia y la memoria; y también, que la memoria no sustituya a la historia, porque es peligroso. Pues la primera, adopta necesariamente la forma de un registro. La segunda, en cambio, es un recuerdo de emociones, inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; Muchos eventos afectaron significativamente mi vida, como aquel de una triste noche de Marzo, convirtiéndose en un largo sueño, luego devenido en pesadilla; Pero, uno siempre confía en despertar de ellas. Mi despertar, mucho después y, el de muchos otros, vinieron acompañados de una voz, que afirmaba el advenimiento de una 4 esperanza y de un tiempo mejor. Y la noche negra de la larga pesadilla comenzó a terminar, aun cuando muchos, como Amanda, como el Comandante Pablo, personajes de uno de mis relatos, jamás despertaron. Hoy, en el ocaso de mi vida, una nueva pesadilla se presenta y me acosa, tal vez como rémoras de un pasado, que aún persisten en mi país con constancia y obstinación. Me permito transcribir, a este respecto, el buen consejo de Tom Wolfe: “….Por nada del mundo permitan que les atrape en sus redes el sistema de justicia penal de esta ciudad. En cuanto te meten en toda esa maquinaria, simplemente en la maquinaria, ya estás perdido. Lo único que falta saber es cuánto vas a perder. Desde el momento mismo en que entras en la celda, antes incluso de tener oportunidad de declarar tu inocencia, ya te has convertido en una cifra…como individuo has dejado de existir….” Entonces, al escribir este prólogo, repentinamente recuerdo algo que me sucedió siendo niño. Aun en aquella evocación de aquel lugar “casi perfecto” yo, muchas noches, siendo joven, recuerdo haber tenido miedo. Sí…tenía miedo a los muertos…. Soñaba con terror, que a veces, se levantaban de sus oscuras tumbas donde la negra tierra tapaba sus ojos y sus bocas... y con sus huesudas manos, me tomaban y arrastraban hacia ellos. Luego, con el tiempo, este temor desapareció… primero lentamente… luego definitivamente. Fue el día que me llevaron preso junto a mi familia, que comprendí, que las manos de los vivos son más aterradoras que la de los muertos. Me esforzaré en mi desarrollo descriptivo, en no permitir que la memoria que beatifica, sea sustituida por la historia que registra, pues creo, como antes dije, que a los malos sueños, la memoria pronto los olvida y, por ello, procuro escribir (los), solo para dejar un registro histórico de lo que me sucedió y recordar, además, que igual que a los malos sueños, todo, todo, pasa.

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